Llevamos tiempo reflexionando sobre las carencias que nuestro deporte presenta en relación a la escasa promoción de base y la dificultad de transferencia de nuevos orientadores al formato federado y de competición. La fórmula para conseguir enganchar a un buen número de niños y jóvenes que en un futuro puedan practicar de una forma regular nuestra disciplina, es sin duda uno de los principales objetivos que las escuelas, clubes y federaciones, debemos plantearnos.
Son varias las propuestas que se han ido implementando paralelamente a la competición y el entrenamiento a lo largo de la breve historia de este deporte en nuestro territorio. La formación de monitores, la inclusión en el currículo educativo, las pruebas escolares, los campamentos y campos de entrenamiento, las propuestas didácticas o la producción de manuales prácticos de ejercicios y actividades para dar los primeros pasos en la orientación, son algunas de las iniciativas que en cuentagotas, van dando sus frutos. Sin embargo, en la mayoría de casos, el resultado del esfuerzo invertido es poco alentador, más allá de la experiencia que el joven pueda llevarse.
Para comprender a qué nos enfrentamos, y cuál es nuestro papel como formadores, deberíamos empezar por analizar la naturaleza de nuestro deporte. Tan simple como profundizar en su definición:
La orientación es un deporte que combina tanto elementos físicos como mentales. La idea básica en orientación es ir desde el punto inicial al punto final de un recorrido, visitando cierto número de puntos de control intermedios, en un orden predeterminado, con la única ayuda de un mapa y una brújula. Se debe elegir la mejor ruta posible en función de las características del terreno, las condiciones físicas y mentales del corredor y sus conocimientos técnicos con el objeto de realizar el recorrido en el menor tiempo posible. El orientador debe navegar y tomar decisiones rápidas mientras corre a gran velocidad.
Si bien se trata de una definición detallada, cualquier menor que desee iniciarse en esta disciplina, y fuese capaz de entender lo que significan verdaderamente estas líneas, quedaría abrumado, y probablemente descartaría adentrase en este complicado mundo del mapa y la brújula. Es por ello que, una de nuestras primeras tareas como entrenadores sería descalzarnos las zapatillas de clavos, y transformar esta atmósfera compleja, en un contexto amable, lúdico y aventurero.
Decir que la orientación es una actividad física en el medio natural, hoy sabemos que es una verdad a medias. Cierto es que su naturaleza original está en los bosques, pero no podemos obviar, que a lo largo de los últimos años, hemos experimentado un crecimiento exponencial de la actividad, en medios humanizados y urbanos. Y que muy probablemente, sea esta una de las líneas de desarrollo más importantes que tengamos en el horizonte a nivel deportivo.
Pese a todo, nuestro valor a nivel educativo, se sigue sustentando en este pilar fundamental que es el entorno natural, entendido como un medio sanador de las patologías derivadas del mundanal estrés urbanita. También han vivido esta evolución otros deportes como la escalada, de la que fuimos de la mano para lograr penetrar en el nutrido currículum del área de educación física. A nuestra paralela, esta adaptación más artificial, ya le ha valido para mejorar su visibilidad, y lograr el estatus de olímpica.
En consecuencia, estamos ante una oportunidad de oro, para reivindicar nuestro deporte, por las bondades que le otorga su “cancha de juego”. Sin olvidar el complejo entramado de habilidades que requiere su práctica y los beneficios para el desarrollo armónico de niños y jóvenes, en todas sus dimensiones.
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